Sol en la ventana, cielo despejado y la puna a nuestra disposición. Comenzó un nuevo día en San Antonio de los Cobres, repleto de energía para iniciar una nueva etapa del Rally Solidario rumbo a Olacapato: el pueblo más alto de Argentina. 

La alarma sonó cerca de las 9 de la mañana. Con sueño caminé hasta la ducha y tras un baño a buena temperatura en el Hotel Amanecer Andino bajé las escaleras para encontrarme con el resto del equipo en el comedor. 

Para mi sorpresa ya habían desayunado, pero por suerte José, quien nos atendió durante 48 horas en el bello hospedaje, tuvo la cortesía de prepararme un té de coca para combatir el apunamiento, que ya empezaba a molestar. 

¿Qué es el té de coca? Nada ilegal, pero sobre eso ya entramos en detalles durante la nota anterior. Ahora te voy a contar que, cuando salí por la puerta principal, todos los pilotos trabajaban a pleno porque se trataba de un día muy importante. 

Nuevos caminos

No era una mañana cualquiera. Luego de compartir casi una semana, el grupo tuvo que dividirse por diferentes cuestiones. 

Javi, Sandra, Dami y Fede, o como yo le digo, la Familia Torres, tuvo que empezar el camino de regreso a casa en esa jornada. No disponían de tanto tiempo, por lo tanto cumplieron con la misión solidaria y emprendieron la vuelta. 

Fue emocionante saludarnos después de todo lo vivido, pero lo disfrutamos igual. La Mercedes Benz Vito, junto al Peugeot 404 que esperaba en Salta capital, concluyeron con honor su participación en la tercera misión del Rally Solidario Argentino. 

¿Y el resto del equipo? Edu y Valen, con la Volkswaguen Transporter; Pablo e Iván con el Renault 4 y yo (Nacho) junto a Pablo, en la Renault Kangoo, seguiríamos avanzando rumbo a Olacapato. 

Al viaje se sumó el segundo Renault 4 del equipo, tripulado por Bauti y Lisa de Simbali Expedition. Julia y Juan de El Maná Viajero también arrancaron el paseo con nosotros, pero por las dificultades del camino volvieron a Cobres con su Mercedes Benz Sprinter.

Ruta Nacional 51

La misma ruta que nos permitió acceder a San Antonio de los Cobres era la que debíamos tomar para circular rumbo a Olacapato. Aunque la numeración no varía, las diferencias son muy evidentes. 

Empecemos por el suelo. El camino es de asfalto hasta Cobres, pero luego ofrece solo ripio. A eso se le suman algunos bancos de arena y enormes montañas a cruzar que claramente son el desafío más grande. 

La gran caravana estaba liderada por Doña Marcela y su hermano. Ellos conocían el camino para llegar hasta su casa y viajaron para brindarnos asistencia en lo que necesitaramos. 

Olacapato-Ruta-51-Salta-Puna-Argentina

Cómo te contamos, la camioneta de El Maná Viajero levantó mucha temperatura y para no forzarla, sus pilotos decidieron volver. Claro que paramos en la ruta para distribuir todas las donaciones que el vehículo trasladaba.

Finalizado el proceso mencionado, subimos a los autos y empezamos a circular por los caminos de cornisa. Solo 42 kilómetros nos separaban de Olacapato en ese momento, pero nunca imaginamos que completar el tramo nos llevaría casi siete horas. 

Aventuras en la montaña

La primera parte estuvo en manos de la Transporter, el Renault 4 identificado como “La Bestia Roja”, la Renault Kangoo llamada “La Foca Blanca” y claro que Doña Marcela con su vehículo. 

De todos los viajes que hicimos con el Diario de Viaje, nunca vimos rutas con pendientes tan pronunciadas. Tal era la dificultad que nos turnabamos para apretar el acelerador a fondo e intentar llegar a la siguiente curva. 

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Es evidente que ninguno tenía un vehículo diseñado para estos terrenos. Los motores se esforzaban al máximo y por eso, luego de una agotadora subida, apagarlos era algo casi obligatorio. 

Así avanzamos. Esa fue la secuencia. Motor en marcha, poner primera, agarrar fuerte el volante y apretar el pedal prácticamente al máximo para recorrer 300 metros a muchas revoluciones y volver a detenernos para descansar. 

¿Agotador? Bastante, pero eso no impidió que en cada parada disfrutaramos con todos los sentidos el hecho de estar frente a uno de los paisajes más increíbles de Argentina: la puna salteña 

El equipo se agranda

Una de las situaciones más bonitas de viajar por carretera es el hecho de tener encuentros inesperados con aventureros de características similares a la de uno, con ganas de compartir experiencias kilómetro a kilómetro. 

Algo de eso sucedió ese mediodía en plena Ruta Nacional 51. Durante una de nuestras paradas, nos topamos con un pequeño vehículo verde que nos resultó conocido. Sí, eran los chicos de Simbali que habían empezado el viaje un poco antes que nosotros. 

Obvio que nos llamó la atención verlos en esa ubicación, pero la sorpresa más grande fue que por delante del Renault 4 había una mole de cuatro ruedas, con todo lo necesario para adentrarse en cualquier paisaje de este mundo. 

¿Quiénes eran? ¿Por qué estaban ahí? Tenemos las respuestas. Resulta que el vehículo era una Toyota Tacoma transformada en un camper, propiedad de Jimena y Kyle: una pareja que cruzó América sobre ruedas. 

Ella nació en Mar del Plata pero con dos años se mudó a Estados Unidos. Él nació y vivió toda su vida en el país norteamericano. Se conocieron, comenzaron su vida junto a un lindo perro llamado Georgie y los tres salieron a explorar el mundo. 

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Desde Seattle, atravesaron toda América Central, anduvieron por Sudamérica y finalmente llegaron a Argentina. Tras un paso por Buenos Aires, decidieron ir a explorar Salta y allí estaban, coincidiendo sobre la ruta con todos nosotros. 

A pesar de que los conocimos con la camioneta detenida, habían apagado el motor para colaborar con los viajeros. No tenían impedimentos para seguir avanzando por el camino, pero mostraron su solidaridad desde el primer momento. 

Así fue como terminamos todos a un costado de la ruta, con dos de los cuatro vehículos a temperaturas muy elevadas y frente a la subida más compleja de todo el viaje. 

Poderosos los chiquitines

El Renault 4 de Iván (La Bestia Roja) es modelo 1985 y tiene un motor de 1.400 centímetros cúbicos. El de Simbali es de 1984 y su cilindrada ronda los 1.100 cm³. Quien sepa lo mínimo de mecánica, sabe que no son motores preparados para este tipo de terreno. 

Dada las circunstancias, hubo mucha conversación mientras esperamos poder seguir avanzando. Por un momento se escuchó la posible decisión de volver a Cobres, pero esas palabras fueron interrumpidas por el rugido de los motores y eso motivó a seguir. 

Despacio, con paciencia y respetando las características de cada vehículo, fue que escalamos la pendiente más pronunciada de la ruta. Fue un desafío, pero conseguimos el objetivo y el placer fue enorme. 

Olacapato-Ruta-51-Salta-Puna-Argentina

Habíamos superado el sector más complejo, pero aún faltaban varios kilómetros por recorrer y debíamos entregar dos donaciones antes de llegar a Olacapato. 

Tras una sesión de fotos en el medio de la montaña, cada uno regresó a sus butacas y lentamente retomamos viaje. ¿Volvimos a detenerlos? Obvio que sí, pero no con tanta frecuencia como en los casos anteriores.

Alto Chorrillo – 4.506 msnm

En pleno recorrido, mientras se disfrutaba del paisaje, la caravana se detuvo al costado de un cartel vial. Aún no lo sabíamos pero habíamos alcanzado otro récord de altura. 

“Alto Chorrillo – 4.506 msnm” anunciaba la chapa. No lo podíamos creer. Claro que ya sentíamos el apunamiento, pero la felicidad venció al dolor de cabeza y disfrutamos como niños el hecho de haber llegado a esa altura. 

“Pensar que hay países en los que el punto más alto es menor a la altura de donde estoy parado” fue la frase que inevitablemente se pronunció en mi mente. Y claro que no estaba equivocado. 

Allí estuvimos un largo tiempo. Recorrimos la zona, tomamos fotos y hasta grabamos algunos videos para inmortalizar el momento. No había prisa, por lo tanto, nos relajamos al máximo. 

Finalizado el glorioso instante, seguimos viaje. Había que completar la primera donación del día y minutos más tarde lo hicimos cuando nos encontramos con una señora mayor que nos esperaba al costado de la ruta. 

Donaciones-Rally-Solidario-Argentino

Ella llegó con sus dos mascotas: una llama y un pequeño cabrito. Su hija vive en Olacapato, pero ella lleva una vida en solitario, a varios kilómetros de distancia, en una vivienda en plena montaña, aislada de casi todo. 

Tras haberse acercado a la ruta, entregamos todas las donaciones que nos había pedido. No es una mujer de muchas palabras, pero las pocas que pronunció sirvieron para demostrar todo su agradecimiento. 

¡Llegamos a Olacapato!

Las ruedas continuaron rodando por la Ruta 51. Pocos kilómetros antes de ingresar al pueblo más alto de Argentina, tomamos un desvío para entregar otras donaciones. 

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Fue un caso muy similar al recién contado. En plena montaña encontramos, gracias a Doña Marcela, una pequeña casa. De la vivienda salió a recibirnos un niño llamado Iker, a quién le entregamos juguetes, comida, ropa y algunos elementos para estudiar. 

Su madre estaba trabajando, por lo tanto él estaba cuidando el lugar. Interactuamos con cierta distancia para mantener los protocolos establecidos por la pandemia del Covid-19 y luego nos despedimos para completar el último tramo del viaje. 

Cerca de las 18 horas cruzamos un cartel que decía “Olacapato – 4.050 msnm”. Ni bien lo dejamos en el retrovisor, un camino se abrió al costado de la ruta principal, doblamos, conducimos y finalmente ingresamos al centro del pequeño pueblo. 

Como en casa

¿De verdad Olacapato es el pueblo más alto de Argentina? Sí. No hay dudas de eso. A pesar de que se pueden encontrar otras poblaciones un poco más elevadas, ninguna se trata de un pueblo establecido. Por lo general son asentamientos vinculados a la minería. 

Este pueblo es histórico. Lamentablemente no tiene una infraestructura muy grande, pero está en constante mejora y su gente emana una calidez increíble para recibir a los viajeros que llegan agotados del viaje. 

A nosotros nos sorprendió desde el ingreso. Sucede que Olacapato está en Salta, al borde del límite provincial con Jujuy y en tierras vecinas hay un “mar” de paneles solares que sin lugar a dudas forman un paisaje muy inusual. 

En nuestro ingreso no vimos mucho porque fuimos directamente a la casa de Doña Marcela. Ella no vive en una mansión, pero nos abrió sus puertas como si se tratara de una. Nos dio cama, techo y comida a todos, durante las 48 horas que allí permanecimos. 

No alcanzará la vida para agradecerle a esta mujer por todo lo que ha hecho. “Mi casa está a disposición de todos los que necesiten un lugar calentito para dormir y algo para comer”, fue lo que nos dijo tras nuestra llegada. 

Última donación del día

Olacapato no es un sitio muy cálido cuando el sol se va a dormir. Las noches en verano son súper frías y en invierno pueden ser hasta mortales si no tenés un abrigo diseñado para resistir temperaturas de -25°C.

Nuestra llegada fue justo en el cambio de estación. El verano ya se había despedido y recién empezaba el otoño, por lo tanto sentimos el frío luego de observar el atardecer. 

Cenamos para recuperar energías y, aunque lo ideal hubiese sido acostarse a dormir, supimos de la posibilidad de completar una nueva donación y no lo dudamos un segundo. 

Con camperas, guantes y gorros de lana, caminamos rumbo a la Escuela N°4.600 Mayor Leonetti, donde se dan clases de educación primaria y secundaria. 

Debido a la hora no había niños en los pasillos, pero si pudimos encontrarnos con maestras y hasta con la directora. Nos recibieron de maravilla, escucharon algunas de nuestras anécdotas y prepararon todo para el momento más esperado. 

El instante de la entrega fue cuando llegó la profesora de agrarias. Ella trabaja con niños y adolescentes de todas las edades para enseñarles a cultivar múltiples vegetales y frutas. 

En otros lugares del mundo puede ser una materia más, pero en Olacapato, donde el suelo no es muy fértil, armar una pequeña huerta puede ser un hecho glorioso, cargado de importancia para la familia del alumno. 

A ella le dejamos elementos de jardinería, así como varias bolsas de semillas. La emoción fue grande y nosotros felices de cerrar otro día muy positivo, cargado de sucesos inolvidables. 

 

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