Dormir en una cama luego de tres días a puro campamento, al menos para mi, es un placer. Las ocho horas de sueño ininterrumpido fueron más que suficientes para recargar energías y salir a disfrutar un trekking urbano en Salta.
A las 10 de la mañana amanecí renovado. Conversé un poco con Iván y él me comentó que los dos Pablos se despertaron temprano para llevar a solucionar algunos temas mecánicos del Renault 4 y la Kangoo.
Seguida de esa información, agregó que no partiríamos de la ciudad capital hasta después del mediodía y que, si tenía ganas, era el “momento ideal para salir a sacar fotos”.
Obvio que no lo dudé. Diez minutos después de haber tenido esa conversación, agarré todo lo necesario y salí a explorar una mega urbanización, desconocida para mi hasta ese momento.
No hay nada más lindo que empezar a caminar sin rumbo y sorprenderse con cada detalle del paseo improvisado. Siempre que llego a un sitio por primera vez, intento organizar una actividad así.
Rumbo a la Catedral
Bajé las escaleras del Hostal “El Mendocino”, ubicado frente al Parque San Martín, e inicié mi caminata por la Avenida Hipólito Yrigoyen. Minutos después llegué a la intersección con la calle Caseros y, sin pensarlo dos veces, doblé a la derecha.
Durante años escuché comentarios de que la Catedral de Salta era muy bonita y, en los primeros instantes del trekking urbano, decidí caminar hasta conocerla.
Ya en el casco urbano, la panza empezó a reclamar un desayuno y cumplí con la orden al pedir un café con medialunas. Estuvo muy rico pero no estuve mucho tiempo en el local, por lo tanto, no recuerdo su nombre.
Casi a las 11.20, atravesando calles angostas y muy históricas, llegué a la puerta del templo que lo identifiqué como la catedral. Horas más tarde, pasando el rato con Google Maps, noté que me había equivocado.
Al toparme con semejante construcción imaginé que era la Catedral, pero en realidad se trataba de la Iglesia San Francisco.
Además, me di cuenta cuando ya me había marchado de la ciudad. Me quedé a una cuadra de la Plaza 9 de Julio donde, efectivamente, se encuentra la enorme Basílica que conoceré en mi próximo viaje.
Mediodía en Parque San Martín
El hecho de haberme confundido no significa que no haya disfrutado conocer esta histórica construcción, la cual permanece en un estado de conservación impecable, es altísima y está en pleno centro de la ciudad.
Tras fotografiarla desde afuera, aproveché la mínima cantidad de turistas e ingresé para conocer su interior. Tiene un inmenso techo abovedado, seguido de la gigantesca cúpula sobre el altar.
En esta nota no me detendré en la historia de cada sitio visitado porque sinó se mezcla todo. Prometo en un futuro cercano, cuando termine el relato cronológico de la tercera misión solidaria, escribir ediciones en detalle.
De vuelta en mi trekking urbano, avancé por la calle Córdoba. Al tratarse de un lunes al mediodía, me crucé con cientos de personas caminando, en bici, con motocicletas, viajando en auto y también haciendo uso del transporte público.
Contemplando ese paisaje rutinario fue que llegué hasta el Parque San Martín. Quedé parado justo en uno de sus extremos y sabía que en el otro estaba mi hostal, por lo tanto, decidí cruzarlo, disfrutando la naturaleza del lugar.
Hay verde por todos lados. Los árboles son bastante antiguos pero se mantienen bien, hay un múltiples sectores de juegos para los más chicos y obvio que encontrarás más de un espacio excelente para sentarte a descansar.
Una decisión crucial
Con ayuda del Google Maps me enteré de la existencia de muchos sitios interesantes en el parque y no dudé en caminar para conocerlos.
Además de lo mencionado, me tope con el Museo de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Salta, una reconocida Feria de Artesanías a la cual volvería sobre el final del viaje y un precioso lago decorado con palmeras.
Aún no había apuro. Me tomé un tiempo extenso para recorrer cada sector, hacer buenas fotos y hasta grabar algunos videos que ya podrás disfrutar en el canal de YouTube de El Diario de Viaje y también en el de Rally Solidario Argentino.
La caminata se pausó cuando tomé asiento en uno de los bancos del parque, situado frente al hostal donde estaba hospedado. Fue el momento ideal para consultar con Iván sobre cómo seguiría el día.
Al notificarme que los vehículos aún seguían en el mecánico, me puse a pensar qué podía conocer en el tiempo libre restante. Por mi cabeza pasó una idea y, aunque hubiese requerido una mejor preparación, no pude resistir a vivir la experiencia.
Paseo fugaz a la cima del Cerro San Bernardo
Ni bien llegué a Salta, durante la tarde del domingo, ya había notado la presencia de ese cerro tan particular, pegado al sector céntrico de la ciudad.
Me llamó la atención por el increíble servicio de teleférico que conecta el Parque San Martín con la cima. Casi 12 horas después de encontrarlo, tuve intenciones de subirme pero ese lunes al mediodía no estaba en funcionamiento.
El mapa del celular me indicó que próximo a mi ubicación había un sendero disponible para llegar a la punta del Cerro San Bernardo. Empecé a caminar, lo encontré y me adentré. Era un camino estilo vía crucis, rodeado de un paisaje espectacular.
¿Cuál era mi objetivo? Explorarlo un poco hasta encontrar un sector despejado para tomar lindas fotos al centro de Salta, pero en este caso desde las alturas.
No era una mala idea, pero me faltó tener en cuenta dos cosas muy importantes: primero, el único mirador del sendero está en la cima. De querer obtener vistas óptimas para una buena foto, habrá que ir hasta arriba.
¿Y lo segundo? No me había llevado agua. Supuse que el tramo no me daría tanta sed y, en el caso de necesitar agua, encontraría algún comercio o bebedero durante la travesía. Sucedió que el único sitio para beber, también está en lo más alto del cerro.
Todo esto lo noté cuando iba a mitad de camino, con el tiempo justo para regresar al hotel. Sabía que si volvía a descender no iba a conseguir la foto, ni tampoco me aseguraba encontrar un kiosco para comprar agua, entonces tomé la decisión de continuar subiendo.
El reloj marcó las 13 cuando llegué, casi deshidratado y muy cansado, al mirador más bonito de Salta. Luego de tomar una buena cantidad de agua, me acerqué a la zona desde donde se pueden obtener vistas fabulosas, tomé fotos y disfruté al máximo el momento.
Almuerzo en Merendero “Las Estrellitas”
Justo cuando estaba en lo más alto, llamó Iván para avisarme que ambos vehículos estaban listos y que seguíamos viaje en 15 minutos. Tenía que despedirme del Cerro San Bernardo lo más rápido posible.
Al contar con agua en mi organismo, la bajada fue mucho más rápida que la subida. Tardé exactamente la mitad de tiempo, principalmente porque mis piernas se desplazaron casi al trote por las escaleras del sendero.
Una vez que logré salir del vía crucis, caminé a paso rápido hasta el hostal donde había dejado las mochilas y finalmente me subí a la Kangoo, donde Pablo me estaba esperando. ¡Disculpen por la demora, pilotos!
Aún agitado por la hazaña maratónica, llegué con el grupo hasta el Merendero “Las Estrellitas” donde sus creadoras nos estaban esperando. A ellas les donamos un juego de ollas a estrenar, con el objetivo de que puedan cocinarle a todos los niños.
El lugar estaba decorado con carteles de bienvenida. Al atravesar la puerta, encontramos una mesa larga y detectamos en el rico olor a empanadas salteñas que nos habían preparado. ¡Un lujo!
Por cuestiones de tiempo, solo pasamos a almorzar y entregar los donativos, pero eso no impidió aprovechar cada segundo al máximo. Disfrutamos la comida casera, contamos anécdotas, nos reímos y hasta organizamos una larga fila para firmar el Renault 4.
Fue un momento único, que finalizó con una linda foto grupal y con el regalo de pequeños huevos de pascua. ¡Volveremos muy pronto!
El camino de las donaciones
Tras esas ricas empanadas, prendimos motores y despedimos Salta capital. Fue el instante donde empezamos a avanzar rumbo a la puna, aunque en el camino estaba pautada una parada muy emotiva.
Luego de rodar 30 kilómetros, toda la caravana hizo ingreso a Campo Quijano: un pequeño pueblo, pegado a la Ruta Nacional 51, donde debíamos dejar dos donaciones importantísimas.
Primero nos encontramos con una madre y su hijo, quienes conversaron con Iván durante meses, le avisaron su necesidad de adquirir una silla de ruedas nueva y, luego de mucho esfuerzo, se pudo conseguir.
Además, como el protagonista del encuentro también es fanático del club de fútbol Boca Juniors, antes de estrenar la silla le regalamos remeras, bufandas y hasta una campera en perfecto estado, de su equipo preferido.
En medio de esa situación emotiva, también fue el instante donde nos juntamos con Bauti y Lisa: una pareja de viajeros que acondicionaron un Renault 4 modelo 1984 y lo convirtieron en su hogar sobre ruedas.
Él es de Mar del Plata y ella de Austria. Junto a sus mascotas, Rocky y Nala, a fines de 2019 partieron desde “La Feliz”, cruzaron toda la Patagonia hasta Ushuaia, pasaron gran parte de la cuarentena en Lago Puelo y finalmente empezaron a rodar camino al norte.
Ni bien se enteraron del Rally Solidario Argentino, los creadores de Simbali Expedition no dudaron en unirse. Fue entonces como los conocimos durante la primera entrega de donaciones en Campo Quijano y obvio que nos acompañaron a la segunda.
A pocas cuadras de la primera parada, sucedió otra más. Allí donamos una silla de rueda “estilo postural” para un merendero y también disfrutamos de lindas charlas, finalizadas con una nueva firma al capot de “La Bestia Roja”
Próximo destino: San Antonio de los Cobres
Al notar que los vehículos estaban a punto de quedarse sin gasolina (la Kangoo se vació por completo) viajamos por unos minutos hasta Rosario de Lerma, donde encontramos la estación de servicio que nos habían recomendado.
Tanque lleno y a rodar. Fue un momento muy especial porque el próximo destino era San Antonio de los Cobres, identificada por nosotros como la primera ciudad de la puna salteña en donde pasaríamos la noche.
El viaje es de 130 kilómetros, pero Google Maps le calcula 2 horas y 15 minutos. Si a eso le sumamos nuestros “autos de rally” cargados de donaciones, serían 3 horas. Y, sii tenemos en cuenta las paradas para tomar fotografías, el estimativo era de 4 horas.
¿Por qué se tarda tanto? Aunque la ruta es de asfalto, tiene muchas curvas, gana altura constantemente y atraviesa paisajes únicos. Montañas multicolores, pueblos muy pintorescos y hasta las famosas vías del tren, son algunos de los paisajes más conocidos.
Recorrer esos valles cargados de naturaleza, es algo que no se puede describir con palabras. Los videos y fotos tampoco alcanzan, por lo tanto, para disfrutarlo con intensidad, te recomiendo que vayas a visitarlo.
Abra Blanca
Al realizar tantas paradas para disfrutar los paisajes, claro que la noche nos agarró en pleno viaje. Sin luz, poco pudimos ver desde la ventanilla pero… Hubo una excepción: el paso de Abra Blanca.
En simples palabras, este punto al costado de la ruta es el sector más alto del camino, donde el suelo alcanza los 4.080 metros sobre el nivel del mar.
Estacionamos pegados al cartel que indica la medida, descendimos abrigados para combatir el frío y disfrutamos del momento. Además, nos enteramos que en ese lugar se estableció un récord mundial de altura máxima para un vehículo, el 1 de diciembre de 1915.
Primera noche en San Antonio de los Cobres
Minutos después de visitar Abra Blanca, la ruta se abrió y un mar de luces nos indicó que habíamos llegado a San Antonio de los Cobres. ¿El siguiente paso? Encontrar el Hotel Amanecer Andino, donde teníamos diez camas reservadas.
Las instalaciones del alojamiento son espectaculares y el trato de José, quien nos atendió durante toda la estadía, fue un lujo. Ingresamos, nos acomodamos y cerramos la noche con un rico plato de fideos con milanesa, que nos sirvieron en el comedor del lugar.
Todo era perfecto, salvo por un malestar colectivo: el apunamiento. Ya habrá tiempo de sobra para describir con detalles lo que sentimos, pero por ahora me tomo el atrevimiento de definir ese término como un intenso dolor de cabeza generado por la altura de la ciudad.
San Antonio de los Cobres está a 3.750 metros sobre el nivel del mar. Costó un montón acostumbrarse a semejante altura, pero creeme que lo conseguimos con la emoción del viaje, mucho té de coca y algún que otro remedio para el malestar.
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