Despedirnos de Olacapato fue difícil. El viaje tenía que seguir y además de una forma muy distinta porque los pilotos tomaron diferentes caminos y solo dos vehículos del Rally Solidario Argentino continuaron para cruzar el famoso Desierto del Diablo.
La jornada empezó de la mejor manera. Bajo tres frazadas, amanecimos en la casa de Doña Marcela por segunda vez consecutiva y todo estaba listo para probar un rico desayuno.
¿Cómo pasamos la noche con el apunamiento? En mi caso (Nacho), que 24 horas antes había despertado con un intenso dolor de cabeza por el mal de altura, en esta ocasión casi que no tuve malestares.
Por suerte el resto del equipo estaba en las mismas condiciones y eso permitió encarar el día con más tranquilidad. Aún seguíamos a 4.050 m.s.n.m, en el pueblo más alto de Argentina, pero como no volvimos a ascender, los cuerpos empezaron a aclimatarse.
Última donación en Olacapato
Cerca de las 10 de la mañana partimos de la casa de Doña Marcela rumbo al colegio de Olacapato. Aún nos quedaba cumplir con la última donación en el pueblo, que fue muy bien recibida por las docentes.
Edu y Valen, a bordo de la Volkswaguen Transporter, tomaron la delantera en el pequeño viaje rumbo a la institución. Fue seguido por el Renault 4 y la Renault Kangoo, también protagonistas de la aventura.
En “La Bestia Roja” (Renault 4) viajaba Pablo e Iván y “La Foca Blanca” (Kangoo) era conducida por su dueño, Pablo, quien recorrió la puna salteña acompañado de quién les escribe (Yo, Nacho).
¿Qué fuimos a dejar en el colegio? Juegos de plaza. Como su nombre lo indica, la idea original era instalarlos en la plaza de Olacapato que casualmente está frente al colegio, pero luego decidimos colocarlos dentro del predio académico.
Resulta que los mismos chicos que podrían disfrutarlos en la plaza, son los que asisten al colegio. En fín, no importaba el lugar, sino colocar el tobogán, la calesita, el sube y baja, y las hamacas que habíamos trasladado desde Buenos Aires en el techo de la Transporter.
Fue un hecho muy importante porque la escuela nunca antes había tenido juegos de estas características. Luego de asegurarlos en el suelo, en cuestión de segundos los primeros alumnos se acercaron para estrenarlos con mucha emoción.
Finalmente, la gran despedida
Finalizado el trabajo en el patio del colegio, las profesoras, que justo estaban por disfrutar unas pizzas, nos invitaron a comer. Nadie pensó en rechazar la oferta y fuimos directamente a probarlas. ¡Estaban riquísimas!
La gran despedida comenzó incluso antes del almuerzo. Edu y Valen decidieron iniciar la vuelta a casa en ese momento, por lo tanto, luego de compartir las rutas durante nueve días, finalmente nos separamos.
Una vez que terminamos de comer las pizzas, salimos de la escuela y allí estaban todos nuestros amigos “camperizados” junto a Doña Marcela, unidos para saludarnos hasta el próximo viaje.
Bauti y Lisa, junto a sus mascotas Rocky y Nala, de Simbali Expedition, decidieron inmortalizar el momento con una serie de fotos, videos y hasta una entrevista que quizás publiquen dentro de poco en su canal de YouTube.
Jimena y Kyle, quienes junto a su perro Georgie unieron Seattle, Estados Unidos, con Olacapato en Argentina, también nos dieron un cálido saludo. Al igual que Simbali, regresaban ese día a Salta Capital.
Patricia y Stefan, nuestros amigos de Explore Souls que llegaron a Olacapato luego de una larga travesía que inició en Alemania, se sumaron a la despedida. Ellos siguieron disfrutando el norte, dado que avanzaron para explorar la provincia vecina de Jujuy.
Y por supuesto que, además de todas las docentes del colegio, Doña Marcela y su familia se acercaron al lugar para darnos el último adiós. Todas las personas que mencioné en las últimas notas, fuimos cálidamente hospedados en su casa. ¡MILLONES de gracias Marcela!
Rumbo a lo desconocido
Simulando una escena de película (que pronto podrán disfrutar en nuestros canales de YouTube) subimos rápidamente a los vehículos y en cuestión de minutos ingresamos a la Ruta Nacional 51 para seguir viaje.
Pero… ¿A dónde íbamos? En la nota anterior comentamos que la gran mayoría de los vecinos en Olacapato mencionaron que el camino rumbo a otras poblaciones de la puna estaba en muy mal estado.
En un principio analizamos la idea de cerrar el viaje en Olacapato y emprender la vuelta, junto a nuestros colegas, desde ese punto en el mapa. Sin embargo, el espíritu aventurero pudo más y optamos por adentrarnos en paisajes totalmente desconocidos.
Pablo e Iván en el Renault 4 y Pablo (junto a mi) en la Renault Kangoo, fuimos los únicos del Rally en avanzar por esta zona. Cabe destacar que ninguno de los cuatro la había transitado en ocasiones anteriores ni tampoco teníamos mucha información.
Con los motores en marcha, el primer plan de la tarde fue intentar llegar a Salar de Pocitos: un pequeño pueblo formado a los pies de un salar, ubicado a 50 kilómetros de Olacapato.
La aventura comenzó excelente y realizamos varias paradas con el fin de tomar lindas fotos. Una de las más importantes fue en Cauchari, que en su momento habrá sido un pueblo interesante pero hoy solo es un puñado de construcciones abandonadas.
¡Llegamos a Salar de Pocitos!
En Cauchari abandonamos la Ruta Nacional 51, que veníamos utilizando para viajar desde que salimos de Salta Capital, para introducirnos en la Ruta Provincial 27, nunca antes transitada por nuestros vehículos.
La intriga sobre las adversidades en el camino desapareció al instante. Resultó ser un viaje sumamente placentero, sin ninguna pendiente importante, en donde la única dificultad fue esquivar, con mucha facilidad, algunos bancos de arena formados sobre la calzada.
A eso le sumamos que el auto y la camioneta se portaron excelente. No levantaron temperatura, alcanzaron una buena velocidad (70 km/h) y no hubo que detenerlos en ningún momento.
Dada las circunstancias solo tardamos una hora desde Olacapato a Salar de Pocitos. Todo un récord.
Dejamos donaciones y… ¿A seguir viaje?
Salar de Pocitos es un pueblo pequeño, pero se encuentra en un gran cruce de rutas. Desde allí se puede avanzar por la número 27 hacia Tolar Grande, ingresar a la 129 para ir a Pastos Grandes o incluso conducir hasta Catamarca mediante la 17.
Cerca de las 16 horas ingresamos al lugar en donde, como era de esperarse, todo el mundo dormía la siesta. Por suerte Doña Sinforiana , una mujer mayor oriunda del lugar, nos recibió amablemente y hasta nos convidó un vaso de gaseosa refrescante.
A ella le dejamos una buena cantidad de donaciones, pero no era la única que recibiría durante esa jornada. Minutos después nos desplazamos hasta el puesto sanitario, ubicado frente a la radio del pueblo, y un hombre llamado Ricardo nos dio la bienvenida.
Allí logramos entregar una caja de medicamentos super completa, similar a la que dejamos en Olacapato el día anterior. Él la recibió con mucha emoción y aprovechó el momento para contarnos varias anécdotas.
Mientras escuchábamos sus historias con atención, al puesto sanitario llegó Gladys: una joven del pueblo, con quién también nos habíamos contactado previo al viaje, que necesitaba una cierta cantidad de donaciones.
Fuimos hasta la casa de ella, dejamos muchas bolsas con juguetes, ropa, abrigo y calzado, y luego disfrutamos otro vaso de gaseosa brindado por la dueña de casa.
El objetivo solidario se cumplió a la perfección, pero los cuatro integrantes del Rally Solidario Argentino vivían un momento de muchas dudas: “¿Nos quedamos en Salar de Pocitos o avanzamos hasta Tolar Grande?”.
Próximo destino: Tolar Grande
Los minutos pasaban con velocidad y el grupo tenía que tomar una decisión antes del atardecer. Había muchos factores a tener en cuenta cómo, por ejemplo, si nos iban a permitir ingresar a Tolar Grande.
Resulta que este pueblo turístico de la puna salteña estaba pasando un muy mal momento frente al coronavirus y, frente a eso, nos comentaron que habían cerrado el ingreso a todos los turistas.
Nos encantaba la idea de seguir viaje, pero si Tolar hubiera tomado esa decisión, tendríamos que haber cambiado los planes. Por suerte Ricardo, el hombre que nos había atendido en la posta, logró comunicarse con el pueblo y tuvimos muy buenas noticias.
“Tolar Grande los espera, chicos”, fue la oración que nos llenó de emoción ese viernes por la tarde. No había tiempo que perder, por lo tanto, encendimos motores y empezamos a rodar por la Ruta Provincial 27.
Del salar al Desierto del Diablo
Ninguno de los cuatro podía creer lo que estábamos viviendo. Desde Salar de Pocitos a Tolar Grande solo hay 80 kilómetros, pero se tarda más de cuatro horas y el paisaje en el camino cambia de manera abrupta.
Ni bien salimos de Pocitos, el camino atravesó un enorme campo de sal, responsable de que el pueblo se llame así. Obvio que nos detuvimos más de una vez para disfrutar este tipo de geografía tan desconocida para nosotros.
Superado el salar la ruta ofrece algunas pendientes y, después de algunos minutos, casi por arte de magia, un paisaje totalmente sacado de una película de ciencia ficción apareció en el horizonte: el Desierto del Diablo.
Cada uno de nosotros tiene sus opiniones sobre las dos semanas que duró la tercera misión del Rally Solidario Argentino, pero si me preguntan a mi, este rincón de la puna fue el que más me sorprendió.
El camino avanza entre pequeños montes de tierra colorada, los cuales ganan altura e intensidad en su color a medida que uno circula rumbo a Tolar Grande. Aunque la calzada no es de asfalto, se encuentra en perfecto estado y eso ayuda a disfrutar el momento.
Fotos, videos, paradas silenciosas para admirar la tranquilidad absoluta y momentos donde nos reíamos a carcajadas por la emoción de estar en un sitio hermoso. Todo eso y mucho más protagonizó el cierre de esa semana.
¡Nos agarró la noche en medio de la nada!
Aunque toda la zona es conocida por Desierto del Diablo, el punto oficial que recibe ese nombre es una recta en donde el camino cruza un valle colorado y literalmente no hay nada.
Si viajás sentido a Tolar Grande, luego de superar este sector te encontrarás con las famosas Siete Curvas. La ruta se eleva con mucha intensidad y los conductores deben lucirse para escalar la montaña sin distracciones.
En el caso de que busques un atajo para evitar dicha aventura, existe uno. Antes de la recta en el Desierto del Diablo, hay un desvío para “transporte pesado” que esquiva los terrenos más difíciles de atravesar y que podés utilizar con normalidad.
Todo fue algo hermoso pero, en medio de tanta emoción, el tiempo avanzó con prisa y sucedió lo que en un principio queríamos evitar: seguir manejando en horas de la noche.
Aunque el camino está perfecto, realmente son horas y horas de ruta en donde no hay árboles, no ves animales y casi que no te cruzás con otro conductor. La sensación de soledad en la inmensidad puede jugar una mala pasada.
Con los pies en Tolar Grande
El sol se fue a dormir, el viento empezó a soplar con más fuerza y la temperatura se desplomó. Con todas las luces prendidas avanzamos hasta bien entrada la noche por la Ruta 27 que, al menos en nuestro caso, ya no figuraba en Google Maps.
El celular solo indicaba que cada vez estábamos más cerca de Tolar Grande pero los minutos pasaban y no veíamos nada. Nadie quería perderse en el Desierto del Diablo y, por suerte, no sucedió.
Cerca de las 21 horas unas luces aparecieron en el horizonte y la tranquilidad volvió a reinar en el grupo. Habíamos llegado a Tolar Grande, aunque las sorpresas aún no se habían terminado: ¡El pueblo estaba cerrado!
Un descanso merecido
Después de un día entero manejando, llegar a un lugar y no poder ingresar era bastante inquietante. Por suerte había una entrada habilitada, desde donde nos dieron el paso luego de enterarse que teníamos permiso para llegar de visita.
Manejamos, con timidez por calles anchas y solitarias, hasta el hotel que aparentemente nos esperaba. Estacionamos en la puerta con intenciones de ingresar a descansar pero luego nos enteramos que el alojamiento acababa de cerrar por el Covid-19.
Caminamos hasta la municipalidad, volvimos al auto, emprendimos otra caminata nocturna. En fín, luego de pasear por Tolar Grande, conseguimos una hermosa casa ubicada en la entrada del pueblo y la alquilamos para pasar la noche.
Aunque el destino es hermoso, estaba en un mal momento. Nuestro plan era quedarnos 48 horas pero a la mañana siguiente, como ya les contaré en la próxima nota, emprenderíamos la vuelta a casa, que nos llevaría una semana de nuevas aventuras.
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