El tiempo avanzaba con prisa y yo no quería perderme ningún detalle de la increíble ciudad de Valparaíso. Eran mis últimos tres días en Chile, por eso, no iba a desaprovechar las nuevas experiencias. 

Tras ingresar a la cómoda Casa Lastra, acomodar mi pesada mochila en un cajón y probar la enorme cama de la habitación compartida, aún le quedaba mucho tiempo al día. Decidí volver a la aventura. 

Antes de narrar los hechos debo admitir que hasta ese momento me había topado con un Valparaíso diferente al que me había imaginado. Lo que yo no sabía es que estaba un poco alejado de los principales centros turísticos. 

A tomar sol sobre la arena

Todavía no tenía muy en claro cómo moverme por la ciudad y frente a la probabilidad de no encontrar algún sitio que me interesara recorrer, me volví a subir al metro para regresar a Playa Portales. Si, la misma que había visitado al mediodía. 

Ni bien comencé a caminar la noté diferente. No sólo porque el sol ya no brillaba con tanta intensidad, sino porque también había muchas más personas disfrutando la tarde. 

Al no tener una toalla decidí utilizar la remera para separar mi espalda de la arena. Obvio que no lo pude evitar. 

Fueron tres horas las que dediqué a visitar los alrededores y tomar fotografías del increíble paisaje. Luego, cuando el sol se estaba por ir a dormir, subí al metro con intenciones de volver al hostel pero cambié los planes sobre la marcha. 

De paseo por el puerto

Pocos minutos antes de bajar en la Estación Francia se me cruzó una idea fabulosa por la mente: “¿Y si me voy hasta el puerto?”. Todavía era temprano y sinceramente no estaba cansado, por eso no lo pensé dos veces y continué viaje. 

El metro termina allí, en el mismo lugar que acceden miles de barcos al año para descargar todo tipo de mercadería. 

Llegué cerca de las 19 y como era un jueves por la tarde había mucho movimiento. ¿Estás sospechando que a partir de ese momento inicié una de mis caminatas? Tranqui… no te culpo porque eso fue lo que pasó. 

Los últimos instantes del día me sirvieron para disfrutar todo lo que encontré en el camino. Viejos y enormes edificios, amplias avenidas, importantes monumentos, la Armada de Chile, el Reloj Turri y las escaleras más largas que conocí en mi vida; fueron algunos detalles del paisaje. 

En Santiago de Chile aprendí a no caminar solo por lugares desconocidos. Acá estuve a punto de explorar calles alejadas del sector turístico pero volví sobre mis pasos. ¿Viste? De todo se aprende. 

¡A pura fiesta!

El sol se había ido y aún tenía que regresar al hostel. Quería volver temprano dado que no conocía el camino con tanta precisión, pero sin querer llegué a una esquina repleta de vida que cambió, otra vez, todos los planes. 

Bares, cervecerías, decenas de hostales. De todo había en la unión de esas tres calles. Era exactamente lo que estaba buscando en Valparaíso y no me resistí a quedarme hasta bien entrada la noche. 

Elegir donde cenar fue todo un desafío porque había opciones para todos los bolsillos. Entre paso y paso encontré el Bar Kabala, ví que no estaba muy lleno e ingresé. 

Tantas hamburguesas con cervezas que probé en Santiago me motivaron a degustar otros platos y fue por eso que pedí un pollo con papas. Estuvo riquísimo, pero la mejor parte fue tomar pisco por primera vez.

Existe un gran debate sobre si el pisco es un trago de Chile o de Perú, pero más allá del origen, debo decir que me encantó. No se si es la mejor opción acompañarlo con un plato de pollo, pero es ideal como aperitivo. 

Había que volver…

En el puerto de Valparaíso había muy buena vibra y realmente no me quería ir. Cerca de las 22 regresé al metro para tomar el último servicio del día, que me dejó en la Estación Francia sin mayores inconvenientes. 

Aún me quedaba la caminata hasta el hostel. Si bien no ocurrió nada, es un barrio donde no abunda el turismo nocturno y en varias ocasiones me convertí en la única persona de toda la cuadra. 

Apuré el paso para llegar a Casa Lastra y a las 23 ya estaba en mi habitación. Fue un día repleto de aventuras, nuevas experiencias y todo tipo de emociones.

Para despedir la jornada subí hasta la terraza. Fue un momento especial porque mientras observaba toda la ciudad con una sonrisa inevitable, sentí en mi pecho una extraña pero linda sensación. El mejor pronóstico de cara a mi segundo día en Valparaíso.


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