Mi primer día de paseo por Valparaíso estuvo muy bueno pero las siguientes 24 horas fueron aún más espectaculares. Tocó un viernes soleado, por lo tanto, era ideal para conocer las playas de Viña del Mar. 

Tras mis aventuras por el puerto, dormí más de siete horas en mi cama del Casa Lastra y me levanté justo para el desayuno. Gracias a que el hostel es muy amplio, uno se puede mover con total tranquilidad.

Ni bien terminé mis tostadas, observé la escalera que lleva a la terraza y no dudé en subir. Ya conocía las vistas nocturnas pero todavía no las había apreciado de día. 

A diferencia de mi primera vez en el lugar, me topé con varios viajeros que habían tenido el mismo plan. El paisaje era único. A lo lejos se podía ver el mar y los edificios del puerto, mientras que a pocos metros había un sinfín de casas coloridas, todas construidas sobre la montaña. 

Amistad internacional

No me caracterizo por ser una persona muy sociable y además continuaba con los lindos nervios de estar por primera vez en un hostel, pero la emoción del momento me llevó a vencer los miedos. 

Aproveché que una chica estaba desayunando a pocos metros de donde estaba parado, me acerqué y casi sin planificarlo de mi boca salió….”Es un paisaje increíble”. Los dos segundos que tardó en responderme fueron suficientes para imaginar que le había molestado pero por suerte estaba equivocado. 

Mi frase fue el punto inicial de una cordial conversación. Minutos más tarde, en el momento de preguntar desde donde había venido, me llevé una sorpresa enorme: “Soy de Alemania”, me contestó la viajera pelirroja. 

Ya es noticia vieja mencionar que no me llevo bien con el Inglés pero por las dudas debo confesar que no se pronunciar ni una sola palabra en alemán. La conversación se pudo entablar porque ella habla tan bien el castellano que lo interpreté como su lengua materna.

Y así fue como sucedió lo impensado: tras una larga conversación, concreté mi primera amistad viajera. 

¿Nos vamos a la playa?

Lo que empezó como una charla de desayuno terminó casi al mediodía. El clima era espectacular y tenía muchas ganas de salir a pasear aunque sinceramente no tenía nada planeado. 

Mi colega alemana, a quien desde este momento me dirigiré por su nombre (Maren), mencionó que pensaba ir a Viña del Mar con una chica de su habitación y que me podía sumar si tenía ganas. 

A las 12 en punto nos reunimos en la puerta de Casa Lastra. Allí estaba Maren y su amiga: una chica alta, con rulos, que también había llegado desde Alemania pero dominaba muy poco el idioma local. 

Ellas no conocían nada del camino, por eso automáticamente me designaron el puesto de guía. Yo había estudiado bastante los mapas desde casa y por eso no tuve inconvenientes en completar mi primer viaje a Viña del Mar. 

Recuerdo que caminamos hasta la Estación Francia, subimos al metro y disfrutamos las vistas del recorrido hasta que la formación se metió bajo tierra. Fue un momento de locos porque mientras vivía nuevas experiencias en lo personal, intentaba mantener una charla con mis compañeras. 

Bienvenidas a Viña del Mar

Éramos tres viajeros en una ciudad desconocida. Iniciamos otra caminata por la Avenida España y de repente llegamos a uno de los puntos más famosos: el Reloj de las Flores. 

Luego de las correspondientes fotos tomadas frente al pintoresco lugar, seguimos rumbo a la Playa Caleta Abarca, donde nos acostamos a descansar en la arena. 

Estuvimos 30 minutos en esa posición hasta que nos levantamos para ir a encontrarnos con las olas. Mi primer contacto con el Océano Pacífico fue raro porque intenté sumergirme pero no pude. La fuerza de la corriente y la baja temperatura del agua me hicieron cambiar de idea. 

La tarde se nos pasó de la mejor manera. Tras almorzar empanadas, dimos una gran vuelta por el centro de Viña del Mar para conocer sus lujosos barrios, plazas importantes y otros puntos de interés como el histórico Muelle Vergara. 

Todo el día juntos

A las 16 iniciamos la vuelta a Valparaíso porque entre charlas se había pautado otra actividad para terminar la jornada juntos. 

Llegamos a Casa Lastra, cada uno se fue a su habitación y acordamos reunirnos dos horas después. El tiempo me alcanzó para darme un buen baño.

Sin retrasos nos encontramos en la puerta del hostel. Caminamos hasta la Avenida Errázuriz, preguntamos donde había una parada de autobús, nos subimos al correcto y dimos comienzo a otra aventura. ¿Cuál era? Ver el atardecer en las Dunas de Concón. 

Atardecer de película

Como mencioné en línea anteriores, Maren y su amiga (no recuerdo su nombre), no conocían mucho la zona pero escucharon que el mejor lugar para cerrar un día de verano son las Dunas de Concón. 

Para ese momento yo estaba un poco cansado y viajar 19 kilómetros en un autobús hacia otra zona desconocida no me motivaba mucho. Sin embargo acepté porque tampoco tenía otros planes. 

Con el transporte público atravesamos, una vez más, todo Viña del Mar. Era viernes por la tarde y había mucho tránsito, pero el chofer sabía moverse por la ciudad. Llegó a Concón en tiempo récord. 

Lo que ocurrió después fue tan lindo que decidí narrarlo en otra nota especial. Si, ya se, te quedas con la intriga… pero creeme que falta muy poquito para poder contarte todo.


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