El Parque Lezama, ubicado en el barrio de San Telmo, es uno de los espacios verdes más famosos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Su belleza natural, junto a la historia increíble que refleja cada uno de sus cambios, lo vuelven único. 

Depende a quien le preguntes, te pueden mencionar que se ubica en Barracas o algunos opinan que el territorio es La Boca. Ninguna de las dos respuestas es correcta porque, oficialmente, es de San Telmo. 

El sitio es fenomenal. Rodeado por senderos rústicos y árboles enormes, encontrarás algunos miradores que antiguamente tenían el agua del Río de la Plata a sus pies. La ciudad lo abraza, pero en su interior todo es paz y armonía. 

A lo largo de nuestras vidas hemos recorrido bastante el centro porteño pero, si nos ponemos a pensar, muchos de esos recuerdos imborrables tienen al Parque Lezama como escenario protagonista. 

Nunca fue planificado todo lo ocurrido entre sus múltiples espacios públicos, pero sí varios de esos instantes marcaron un antes y un después en nuestra historia. Eso explica por qué es tan especial para nosotros. 

Al día de hoy no vivimos cerca, pero cada vez que visitamos la gran ciudad, intentamos coordinar para dar una vuelta por el parque. Ya lo conocemos de punta a punta, pero es un sitio que siempre te deja con la boca abierta. 

¿Aquí se fundó Buenos Aires?

Para contar la historia de este sitio tan hermoso, debemos remontarnos al año 1536 cuando el paisaje de la zona era muy distinto al actual y se lo conocía como “Puntas de Buenos Aires”. 

Se sabe que Pedro de Mendoza llegó a estas tierras con intención de fundar Buenos Aires y lo consiguió, pero un año después todo quedó en la nada debido a que los nativos avanzaron con fuerza. 

Al día de hoy se cuenta que Mendoza logró construir un pequeño asentamiento y, según muchos historiadores, las humildes casas se instalaron en el mismo sitio donde se produjo la primera fundación: el Parque Lezama. 

En cuanto a Buenos Aires, como ya te contamos, terminó siendo inaugurada de manera definitiva en 1580 por Juan de Garay. 

Muchos dueños pero pocos trabajos

Durante el mismo año que fundó la ciudad, Garay repartió los terrenos del futuro parque a Alonso de Vera y, desde un principio, le dejó claro que no serían incorporados en el casco central de la ciudad.

Vera los aceptó, pero mucho no hizo con ellos y tras el paso del tiempo la zona, ya conocida como “Punta de Santa Catalina”, quedó deshabitada. Prácticamente olvidada. 

El cambio más importante llegó recién 159 años después, cuando María Bazurco adquirió el territorio con el objetivo de lotearlo y repartirlo entre futuros dueños.

Más allá de lo que haya concretado María, no duró mucho. Recién comenzado el siglo XIX, este enorme espacio verde quedó administrado por Manuel Gallego y Valcárcel, quien lo disfrutó poco tiempo dado que falleció en 1806.

Empieza la transformación 

La ciudad de Buenos Aires y el mismísimo barrio de San Telmo ya habían crecido notablemente para la fecha, pero el parque todavía no conseguía tener un dueño que lo embelleciera. 

Hacia 1812, por más que cueste creer, fue a remate público y Daniel Mackinlay lo compró. A partir de ese momento lo bautizó como “La Residencia”, además de lanzar los primeros trabajos de forestación. 

A comparación de todos los propietarios anteriores, se podría decir que la familia Mackinlay fue una de las que más tiempo pasó en este lugar, hasta que los herederos escoceses de Daniel se lo vendieron en 1846 al inglés Charles Ridgley Horne.

Aunque no permaneció durante mucho tiempo porque en 1852 se tuvo que exiliar a Montevideo, Uruguay, Horne cambió el paisaje del parque para siempre al inaugurar una enorme mansión sobre la actual calle Defensa. 

Como rápidamente se convirtió en el pabellón británico, la construcción fue identificada entre los vecinos como la “Quinta de los Ingleses”, durante muchos años. 

¡Llegó el famoso José Gregorio de Lezama!

Hasta el momento te contamos casi 300 años de la historia del parque, pero aún no mencionamos por qué se llama “Lezama”. Bueno, la incógnita está por resolverse. 

En 1857 fue comprado por el salteño José Gregorio de Lezama quien, inconforme con el tamaño, se las ingenio para adquirir todos los terrenos hasta la actual calle Brasil. 

Además de ganar espacio, también impulsó una amplia modernización sobre la casa, que para ese entonces tenía menos de diez años. 

Por último, se contactó con el paisajista belga Charles Vereeck, quien sería el encargado de diseñar y armar un bonito parque privado para disfrute de la familia. 

Un año después de la compra por parte de Lezama, en Buenos Aires se desató la increíble epidemia de la cólera y entonces el nuevo dueño puso a disposición un sector de las tierras para construir un lazareto. 

Fueron años excelentes para el parque, que de pronto se convirtió en un sitio muy admirado en la ciudad de Buenos Aires. Pero la vida es corta… Y Lezama, luego de disfrutar largas décadas allí, dejó este mundo en 1889.

Una década agitada

Si bien durante los primeros 200 años no pasó mucho sobre el territorio, entre 1889 y 1900 ocurrió de todo. 

El primer cambio importante tuvo lugar en 1894, cuando la viuda de Lezama, Ángela de Álzaga, vendió el terreno a la Municipalidad de Buenos Aires por la simbólica suma de 1.5 millones de pesos. 

Consciente de que el precio era bajo, Álzaga solo puso una condición: que el futuro parque llevara el apellido de su difunto marido. Ahora podemos chequear que la solicitud se sigue respetando. 

Tan solo dos años después de haber adquirido el sitio, el gobierno municipal solicitó los trabajos famoso paisajista francés Carlos Thays, que tantas veces mencionamos en El Diario de Viaje.

Finalizadas las obras de Thays, en 1897 se aprovechó la casona para inaugurar el Museo Histórico Nacional, el cual continúa abierto en el día de hoy y tiene más de 50 mil piezas que hacen mención a la historia Argentina. 

Antes de terminar el siglo XIX, otro trabajo masivo se completó en la zona: derribaron casas ubicadas sobre las calles Defensa y Brasil con el objetivo de ampliar el parque y, con los escombros, se le dio mayor altura al terreno. Hoy se detecta a simple vista. 

La época dorada del Parque Lezama

Si la última década del siglo XIX fue buena, los primeros 20 años del siguiente fueron aún mejores porque en el parque de San Telmo se instaló de todo. 

Una de las primeras construcciones tuvo que ver con un espacio de caballerías, utilizado luego para edificar una escuela de dos plantas. Ambos fueron derribados en 1950 y no quedan rastros. 

Al mismo tiempo, en el espacio público se abrió un teatro, una plaza provisional de toros, un tambo, una pista de patinaje, palcos para fiestas, un circo, se aprovechó un espacio para armar rosedales y hasta se dieron el lujo de crear un lago con góndolas. 

Cambió el paisaje ¿No?. Te cuento que seguiría bajo el mismo concepto, dado que muchos de los recién mencionados ya no forman parte en la actualidad del sitio. 

Uno de los primeros en retirarse fue el lago, reemplazado por un anfiteatro a cielo abierto con tribunas de maderas en el año 1914. Años después se modernizó con instalaciones de cemento revestidas en adoquines, tuvo una fuente y hoy mira a una cancha de fútbol 5. 

La época de los monumentos

Iniciados los años 30, luego de haber quitado la reja histórica que rodeaba el predio desde los tiempos de José Lezama, el parque continuó en pleno proceso de remodelación. 

Como ya mencionamos en la nota anterior, fue en 1936 cuando se inauguró en una de sus esquinas el Monumento Fuente a Don Pedro de Mendoza. Frente al mismo ya se lucían el Bar Británico y El Hipopótamo. 

Ese mismo año se instaló otro emblema del parque, conocido hasta nuestros días como Monumento a la cordialidad argentino-uruguaya. Fue un obsequio de Uruguay para celebrar los 400 años de la primera fundación de Buenos Aires. 

Aunque no sea un monumento, la calesita del Parque Lezama casi que es vista como tal. Reparte felicidad entre niños desde el año 1960 y pertenece al selecto grupo de las 53 calesitas habilitadas en la Ciudad de Buenos Aires. 

Tan solo 20 años después llegó otro monumento emblemático, que continúa con vistas a la Avenida Paseo Colón. Se lo identifica como un Cruceiro de cinco metros de altura y fue donado por el Centro Gallego para celebrar el 400 aniversario de la fundación definitiva. 

La adaptación al Siglo XXI

En nuestros días, el Parque Lezama es un icono, sin lugar a dudas, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 

Se lo visita con mucha frecuencia y por todos. Niños que desean jugar en el pasto, cumplañeras que lo elijen como escenario ideal para el “book” de fotos, parejas jóvenes, adultos con su respectivas familias y hasta abuelos para disfrutar un momento al aire libre. 

En cuanto a las obras de restauración, hubo dos muy grandes en 1999 y en 2003 respectivamente. Ahora hay baños químicos, pequeñas canchas de fútbol, mesas restauradas para jugar al ajedrez, luces nuevas, farolas y hasta pasto nuevo. 

Por otro lado, respetaron muchos sitios al dejarlos completamente originales. Luego de observarlos, podemos cerrar los ojos e intentar imaginar que estamos paseando por el Parque Lezama, pero de hace 200 años. 

Nadie está de más allí y todos lo elegimos año tras año. Podrá haber cambiado en muchas ocasiones y quizás no te gusten todas las modificaciones, pero siempre será un emblema del centro porteño. ¡No te lo pierdas!

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