Llegar a la cima del Glaciar Martial en Ushuaia es todo un desafío, principalmente si es un día muy ventoso.
Sin embargo mantuve la tranquilidad, caminé los 1700 metros del “sendero al glaciar” y con mucho esfuerzo logré completarlo. Las vistas valieron la pena.
A medida que uno avanza en el trekking cada vez tiene menos personas a su lado. Muchos aventureros con ganas de seguir disfrutando el lugar deciden iniciar la travesía, pero al toparse con las dificultades del relieve toman la responsable decisión de volver sobre sus pasos.
Si bien a mi me llevó dos horas ir y volver, se puede hacer mucho más rápido durante un día sin viento.
En reiteradas ocasiones debí frenar o sentarme sobre alguna piedra para no caerme por las fuertes ráfagas, lo cual también sirvió para descansar las piernas y admirar desde diferentes ángulos la naturaleza patagónica.
Tras cruzar un pequeño puente por donde corre un río de deshielo y en donde también paré a descansar, encontré los primeros montículos de nieve a un costado del sendero. Al ser pleno verano quedé asombrado, pero éste sector no tuvo punto de comparación con el que observé minutos más tarde.
Este sitio está a mil metros de la cima aproximadamente y es donde el camino se vuelve más angosto, atraviesa pendientes pronunciadas y nos exige un importante esfuerzo físico. Frente a esta situación me tomé mi tiempo para seguir hasta el final, donde llegué con el último aliento.
Cómo tenía las piernas muy cansadas y el viento no daba tregua, mi primera reacción en la cima fue acostarme completamente sobre el suelo. Desde esta perspectiva pude observar el hermoso Glaciar Martial que se elevaba frente a mí, cubierto en su totalidad con nieve espesa y bajo una imponente nube gris. Un momento único.
Amigos de la montaña
En este viaje a Ushuaia yo llegué solo, pero nunca imaginé todos los amigos que iba a hacer en seis días. A los primeros los conocí justamente en el Glaciar Martial, mediante una breve conversación que tuvimos a los gritos cuando nos golpeaba una fuerte ráfaga de viento en la cima.
Hay que destacar que estas correntadas empujan pequeñas piedras, por eso tuve que girar mi cuerpo para que no golpeen mi cara, único lugar donde no tenía abrigo.
Ellos eran tres. El que más conocía la zona por haberla visitado en otras ocasiones era oriundo de Rosario. A su lado estaba una chica de Buenos Aires que llegó por vacaciones a Ushuaia y decidió quedarse a vivir. El grupo lo completaba un chico de Colombia que llevaba un año recorriendo el mundo, empezó el 2020 en Dubái y cruzó el planeta hasta Argentina para conocer La Patagonia.
Esta ciudad reúne muchas historias y yo, sin saberlo, ya estaba dejando la mía.
La conversación se amplió cuando nos ayudamos para tomar fotos frente a la hermosa maravilla natural. Tras jugar un poco con la nieve, aprovechamos que el fuerte viento calmó e iniciamos el descenso los cuatro juntos.
Hay quienes creen que bajar es mucho más fácil que subir, pero no. Se debe estar atento porque una ráfaga puede sorprender por detrás, lo que nos llevaría a aumentar el ritmo de nuestros pasos y, en el peor de los casos, derribarnos sobre las piedras.
Una cerveza con vistas al glaciar
La enorme cantidad de horas con luz solar nos permitió disfrutar unos mates en la plaza donde comienzan ambos senderos. Luego completamos nuestro camino hasta la base y fue en ese momento donde descubrimos “La Cabaña”: una cervecería en el medio del bosque.
Ésta forma parte del mismo complejo donde está la casa de té que ya les mencioné. A pesar del frío, ninguno se quería perder la oportunidad de tomar una pinta bajo los árboles, por eso nos reunimos alrededor de una fogata para disfrutarla entre risas.
El regreso a la ciudad fue mucho más rápido que mi llegada y volví a tener otra experiencia inesperada durante el trayecto. Pero ya habrá tiempo para que les cuente sobre ella en las próximas publicaciones. ¡No te la pierdas!